domingo, 27 de abril de 2014

El Arte y el Mar: El relato de la vida a través del mar



Ana Parres


Si me detuviera  a analizar la estabilidad estética del mar y de la fotografía, no dejaría de encontrar paralelismos dentro de todas sus diferencias. Podríamos abrir un debate sobre si es o no el mismo mar que conocieron nuestros abuelos, si ha cambiado a mejor o a peor o si sigue siendo el horizonte donde siempre nos rencontramos con nuestra existencia. También podríamos debatir sobre si la fotografía es eterna y capta la vida o si por el contrario nos deja con la sensación de que sólo son segundos en un espacio efímero. Podríamos abrir ese debate. Podríamos, pero no lo haremos. Porque puede que todo sea una excusa para hablaros de la obra de Hiroshi Sugimoto.  Puede que el motivo sea que la fotografía es uno de mis lenguajes favoritos  o porque siento una  unión emocional al mar o porque tal vez, el artista es una de las figuras más relevantes de la fotografía actual. 

A pesar de haber estudiado Políticas y Sociología, Sugimoto se licenció en Bellas Artes en los Ángeles y  después se trasladó a New York. Allí comenzó su carrera realizando sobre todo, series donde siempre encontramos una belleza quieta pero que parece tener movimiento. Una belleza de formas y líneas simples donde utiliza los contrastes de un modo magistral.


Aegean Sea, Pillon, 1990

Seascapes, es la serie que el artista dedica al mar.  Una serie de 23 fotografías que habla del concepto del umbral. De la condición fronteriza del horizonte donde el aire y el mar se tocan y donde los límites de cada uno son difusos. Siempre en el fin de algo, en el límite del todo y la nada.  Son sus paisajes del mar,  sus “viajes por los mares antiguos del mundo”. Su manera de rendir homenaje a la inmutabilidad.























Cascade River, Lake Superior, 1995

Comenzó esta serie en 1980 y la finalizó en 2003. Podemos encontrar imágenes del  océano Ártico, Cliffs of Moher, la Costiera Amalfitana,  el mar de Tasmania, el Mar Negro, el Caribe Jamaicano, el Mármaro de Silivli, etc. Por el contrario de lo que se pueda pensar, su obra no refleja lugares como tal, no es un testigo geográfico,  sino que conecta esos espacios en una especie de capsula del tiempo donde cada fotografía repara en los pequeños detalles que componen la escena: la luz, la sombra, la materia y el agua. Todas ellas hacen protagonista a la línea, al horizonte que es el corta el mar y el cielo. Y así la fotografía se divide en dos escenarios. Que son,  sin duda el encuadre magistral de Sugimoto.
























Baltic Sea, near Rügen, 1996

Fotografías en blanco y negro donde todas tienen la misma hechura. Unas obras  producidas por su cámara de gran formato 8x10 y por sus largas exposiciones. Utiliza esa técnica para ser actor y director de la escena. Las largas exposiciones le permiten captar todos los detalles a la vez que pasa el tiempo, con el compás real que marca el reloj. El color ausente que hace malabares con la luz o la disposición de los volúmenes como si estuviéramos hablando de una forma arquitectónica. 

























 North Atlantic Ocean, Cape Breton, 1996.

Los mundos marítimos de Sugimoto son un mundo aparte, como si algo le separase del resto del mundo y no quisiera reencontrarse con la vida. Son fotografías que evocan misticismo y emoción y que no te dejan apartar de ti mismo,  esos dramáticos pensamientos del mar bravo que engaña con poco movimiento, que parece estar planeando algo bajo sus olas quietas.



























Sea of Japan, 1997
 
Los de Sugimoto son mares dadaístas, sin sentido y de los que no podemos llegar a comprender toda su dimensión.  O como dijo Gabriel García Márquez en  Relatos de un náufrago, “Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar”. Y es que el mar puede no cambiar, pero nos cambia. Tiene esa fuerza poderosa que arrastra sólo con ser representada.


Es paisaje y experiencia.
Es Hiroshi Sugimoto.
Aquí les dejo con él.


 


domingo, 20 de abril de 2014

Sesión de Cine: El León en Invierno



Javier Belda




“My life, when it is written, will read better than it lived. Henry Fitz-Empress, first Plantagenet, a king at 21, the ablest soldier of an able time. He led men well, he cared for justice when he could and ruled, for 30 years, a state as great as Charlemagne's. He married out of love, a woman out of legend. Not in Alexandria, or Rome, or Camelot has there been such a queen. 
She bore him many children... but no sons…” 
Rey Enrique II de Inglaterra (Peter O`Toole)


Lo que parece una simple reunión familiar en Chinon a finales del siglo XII por Navidad, se convierte en una lucha de poder y en una de las partidas de ajedrez humanas más grandes que se han filmado, estoy hablando de “El león en Invierno” de 1968, dirigida por Anthony Harvey e interpretada por Katharine Hepburn como Leonor de Aquitania, Peter O`Toole como Enrique II de Inglaterra, Anthony Hopkins como Ricardo Corazón de León, Nigel Terry como Juan sin Tierra, John Castle como Godofredo, Duque de Bretaña, Jane Merrow como Alais de Francia y Timothy Dalton como Felipe II, rey de Francia.


Estamos en 1183 y Enrique II de Inglaterra traslada la corte por Navidad a Chinon y llama a sus hijos Ricardo, Godofredo y Juan y a su esposa, Leonor de Aquitania a la cual tiene recluida, en Chinon también estará Alais de Francia, amante de Enrique y futura esposa del heredero que nombre Enrique y Felipe, rey de Francia, que viene a tratar ese enlace o si no la devolución de una serie de territorios. El hijo mayor de Enrique y Leonor ha fallecido hace unos meses y no se ha nombrado heredero. ¿Quién será? El batallador Ricardo, el político Godofredo o el influenciable Juan… Lo demás es Historia.


Dirigida por Anthony Harvey, consiguió 7 nominaciones a los Óscars de los que ganó tres, mejor actriz, Katharine Hepburn y que consiguió su tercer premio como mejor actriz compartiendo el premio con Barbra Streisand ese año, mejor guión para James Goldman que lo escribió basándose en su propia obra de teatro y que también escribió guiones para otras películas como “Nicolás y Alejandra” y “Robin y Marian” y libretos para musicales de Broadway como  “Follies” con música y letra del genial Stephen Sondheim y además era hermano mayor del novelista y guionista William Goldman, ganador de dos Óscars como mejor guionista por “Dos hombres y un destino” y “Todos los hombres del presidente” y autor de la novela “La Princesa Prometida” y mejor banda sonora para el genial John Barry, que ganaría el tercero de sus Óscars con esta película, los otros los ganaría con “ Nacida libre”, Memorias de África” y “ Bailando con lobos”
 

Ya he comentado lo del premio de la Hepburn y es que junto a el recientemente desaparecido y gran actor Peter O`Toole son de lo mejor de la película, sus diálogos son dignos de un partido entre Nadal y Federer, lanzándose frases envenenadas y devolviéndoselas con más veneno todavía. Pero eso era en la película, la relación entre ellos fue muy cordial, se conocían desde hace años y de hecho, O`Toole como principal estrella de la película eligió que no habría ninguna actriz mejor para encarnar a Leonor, que la gran Kate. Kate O`Toole, hija de Peter y de Sian Phillips, inolvidable “Livia” en “Yo,Claudio” se llama así por Kate Hepburn.


Peter O`Toole y el personaje de Enrique II eran ya viejos conocidos, porque cuatro años antes lo había encarnado en sus años jóvenes en el film de Peter Glenville “Becket”, en la que compartía cartel con su compañero de juergas, el gran actor galés Richard Burton.


Del resto del reparto destacar a dos actores, que curiosamente, hacían su debut en el cine y que han tenido una carrera dispar, Anthony Hopkins y Timothy Dalton.


En fin, si os gustan las películas de corte histórico o sois admiradores de Katharine Hepburn, Peter O`Toole o Anthony Hopkins no os la debéis perder.


Ya me diréis. Hasta la próxima sesión.

domingo, 13 de abril de 2014

El señor de los vientos y las mareas



Rafael Hernandez 


Y ahí es donde andaba el hombre, a lo suyo. Esa era su respuesta cuando cualquiera le hacía la fatídica  y parece que inevitable pregunta de “¿Como anda hombre?”, o, “¿Como vas?”, o, aún, “¿Como te va?”… o cualesquiera de las combinaciones posibles de la conocida requisitoria. Y el hombre cada día contestaba con más desgana; “Como siempre”. Que es ese tipo de respuesta que, si uno está atento, en seguida sabe que lo que en realidad le están diciendo es, poco más o menos, esto “¿Por que no se van Utd. Y su ingenioso verbo más allá de donde pasta la última de las vacas de este mundo y nos dejan a mi y mis asuntos a lo nuestro, como siempre”. El hombre nació en sociedad. Deconstruyó el tiempo de horarios escolares tal como presignan las leyes y algo más. Ha tenido sus más y sus menos en esta vida, o eso podemos deducir de su mucha ancianidad. Si juntamos estas cosas y las aderezamos con a saber cuantas especias más, damos por sentado, con el peligro que esto tiene, que el hombre, hace ya una barbaridad de tiempo que desistió de instruir a los que nada quieren saber, fuera de si mismos, y acabó por acortar la enseñanza hasta su última coletilla. “Como siempre”, entonces, ahí estaba el hombre. A lo suyo. 

Y lo suyo, como siempre, es la madera y el mar. En tiempos pasados fué carpintero de ribera. Oficio de herencia, que se remonta y se remonta en el arbol familiar, hasta donde es posible retroceder. En este caso, hasta donde se recuerda; El primer varón de la familia no fué carpintero, pero si comerciante marítimo, trocado en corsario contra el turco, que por entonces era oficio de más prestigio y con mejores dividendos. Siempre y cuando la empresa fuera bien, claro está. Que mal, mal, no parece que le fuera al hombre porque a la generación siguiente ya fueron armadores y, a la siguiente, en la estela de los vaivenes económicos, ya eran dueños de un pequeño astillero, arrendado en los muelles, especializado en laudes, balandras y gabarras, cascos de pequeño y mediano calado, adecuados para el comercio fluvial y costero. Empresas mayores quedaron en manos más pudientes que pudieran asumir el riesgo de las astronómicas inversiones. El negocio burgués, abarcable y seguro eran las raices heredadas por el hombre. Y a eso dedicó su juventud.
No fueron malos tiempos. De hecho se convirtió en un mercado floreciente. Desde que el nivel del mar subía y subía, reclamando, primeramente, todo el litoral robado, para continuar, el mismo, robando, año a año, braza a braza, un poco más del litoral, el suyo era un negocio floreciente, si señor. 
De los tiempos de la primera Gran Subida, apenas si quedaba ya memoria. Baste decir que estamos en el tiempo en que los hombres están divididos entre los terrestres y los acuáticos. Que dice el hombre, tiene cojones la cosa, pase lo que pase, los hombres tienen que vivir por sus diferencias, no por aquello que les une, no señor, no vaya a salir algo bueno de todo ese unirse. Es mejor perpetuar las diferencias. Perpetuar las riñas y el dolor. Que tiene cojones la cosa, pero que vamos, como siempre. El caso es que los negocios no iban nada mal, pero la cosa de la madera fue en regresión. Por la competencia de los cascos de fibra y metal, primero, para continuar con la aniquilación de los poquitos bosques del interior, hasta el punto que hubo que delimitar el uso de la madera para contadísimos casos. Que dicho así, no suena mal. Suena como suena, sencillo y protector.
Pero los hombres somos hombres. Lo que es lo mismo que decir que todo se hace tarde y mal. Cuatro bosquecillos es todo cuanto queda, vallados por asfalto hasta donde se pierde la vista. A la porra el oficio de carpintero. Contando con que la edad del hombre ya no le daba para más esfuerzos de los necesarios y la conciencia de ser el último de su largo linaje, ya que el suyo fue un matrimonio sin hijos y el era hijo único, pues que el hombre se vio mayor, viudo y casi sin fuerzas. Y se dijo; “Renovarse o morir”, que es lo que tantas veces nos toca en la vida. “¿Que sabe -se dijo el hombre- hacer mejor un carpintero que agotar los bosques? Cuidarlos”. Pero ya hay policías forestales, genetistas botánicos y quien sabe que retahíla de especialistas más, chupando de las raíces de los árboles. “Entonces ¿que sabe hacer un carpintero de ribera?. Construir naves que puedan gobernarse bien entre corrientes de mar y de aire. Cuidar de los bosques que es su materia prima”. 
Unos cuantos años dedicó a meditar esta verdad el hombre. Hasta que la idea, difusa en un principio, en un mar de calma chicha de ideas, cogió, un buen día, un pequeño soplo de viento, suficiente para dar vida a la panza de sus velas y navegar a buen ritmo y sin desmayo. Y es eso que, desde entonces, el hombre está a lo suyo.
Lo suyo es un pequeño negocio burgués, abarcable y seguro, hecho a la medida de la soledad del hombre. Hecho a la medida de siglos de experiencia acumulada. Hecho a la medida del don de sus manos. Hecho por el hombre a su propia medida. El afán que alienta el negocio y el quehacer del hombre, tiene más que ver con aquel primero de su linaje. Algo de romanticismo no falta aquí. De trasnochado romanticismo. Pero romanticismo al cabo. En eso está el hombre. A lo suyo.
Lo difícil son los cálculos. La obtención de los permisos es cosa imposible, lo que implica un mucho de clandestinidad y de esos aires perdidos de corsario. Menos complicada es la obtención de recursos. Los navíos que salen de las manos del hombre apenas miden un palmo escaso. Lo que da la ventaja añadida que el actual astillero, apenas si ocupa una pequeña parte de la caravana con que el hombre se mueve por los caminos de las tierras de hoy. Y a nadie, por muy inspector de recursos arborícolas que sea, le extraña ni le molesta ver que un anciano, dedica sus horas de ocio a construir pequeñas naves de impulsión solar, de maderas artificiales, con muy escasa autonomía y una carga útil insignificante.
Así que hay está el hombre, a lo suyo, con sus pequeños laudes impulsados por velas solares, que hoy navegan las corrientes de aire, en un vuelo en apariencia caprichoso, pero estudiado hasta el más pequeño de los detalles. Las personas se alegran cuando uno de esos pequeños laudes, de vivos colores, hiende el aire con la proa, por encima de sus cabezas. Se han convertido en unos juguetes muy populares. Nadie se fija que, de tanto en tanto, uno de ellos, se aleja un poco y se pierde hasta caer, como por accidente, en una pequeña porción de tierra. Y ahí se queda, como un juguete roto, deshaciéndose hasta que su ínfima carga, enraíza sobre la humedad y descomposición de la suave madera.
Lo más difícil son siempre los cálculos. Cual es la corriente de viento dominante y adonde lleva y acertar con el tipo de semillas adecuado, por ejemplo. Y eso si, siempre, cruzar los dedos para que las pequeñas motitas de color que navegan los cielos, salgan airosas de su empresa, sin sobresaltos, ni tormentas, ni golpes de viento adversos, ni ninguna de las cien mil cosas que pueden surgir en una riesgosa travesía, y arriben, finalmente, a buen puerto. Que es para lo que un carpintero construye siempre sus naves. Para arribar a buen puerto, o al menos a un puerto seguro cualquiera.

El hombre, que conoce bien su oficio, confía en su buen hacer y en que los vientos le sean propicios. Como siempre. A lo suyo.

domingo, 6 de abril de 2014

Mitos y leyendas del Mar: El Diluvio

Equipo AdARQUA

El Diluvio, Gustave Doré

El mito del diluvio, tan bien conocido por todos y que inmediatamente asociamos a Noe y la versión bíblica, es para muchos una profunda reflexión sobre las inundaciones del Tigris y el Eúfrates, mucho más complicadas de predecir que las del benevolente Nilo. La historia más completa se desarrolla en la epopeya de Atrahasis. Se crea a la humanidad para que sirva a los dioses y los libere de la necesidad de trabajar, pero al cabo de mil doscientos años la humanidad se multiplica a tal velocidad que el ruido que hace molesta a los dioses. Enlil se propone reducir su número enviando primero la peste y después una sequía, que se repite dos veces, pero fracasa en sus intentos gracias a la intrevención de Enki, que revela las intenciones del primero a Atrahasis, rey de Shurupak, dándole instrucciones para contrarrestarlas. Por último Enlil obliga a las demás deidades a que provoquen un diluvio, manteniéndolo en secreto. Pero Enki encuentra la forma de hacérselo saber del nuevo al rey, sin violar su juramento, que siguiendo el consejo del dios construye un barco en el que se refugia junto a su familia y varios animales. Al cabo de siete días remite la inundación y Atrahasis ofrece un sacrificio a los dioses, que acaban aceptando la continuidad de la humanidad aunque con una serie de condiciones para limitar su crecimeinto.

Encontramos el mito del diluvio en tres versiones cuyos rasgos básicos sugieren un origen común. El nombre de los protagonistas (divinos y humanos) varía pero el argumento es básicamente el mismo. Una de las versiones se encuentra en la undécima tablilla de la Epopeya de Gilgamesh en la que el héroe (esta vez Utnapishtim) cuenta cómo sobrevivieron su familia y él gracias a la construcción de un barco en forma de cubo perfecto, ofreciendo un vívido relato de los desastres de la inundación. Cuando remitieron las aguas, soltó una paloma, una golondrina y un cuervo para que reconocieran el terreno. Una vez en tierra ofreció a los dioses un sacrificio.

Presente también en la versión bíblica, no debe sorprendernos el uso de pájaros para esta tarea puesto que era frecuente encontrarlos a bordo de las embarcaciones como ayuda a la orientación. Al liberar el ave ésta daba un par de vueltas alrededor del barco, si volvía a posarse en él es que la tierra no estaba cerca, pero si enfilaba el vuelo en una dirección, entonces siguiéndola llegaban pronto a tierra firme.

Un mito muy conocido, aunque no siempre en sus variantes, y, como vemos, con reminiscencias históricas e interesantes trazos de realidad.